30 septiembre 2009

Pinceladas Metropolitanas

Transitando por la metrópoli

Quienes conducen un vehículo por cualquier calle o avenida de la Ciudad de Panamá, capital de la República, se horrorizan al ver que del vehículo que va adelante (sea un Mercedes, un BMW, un japonés, un coreano o un humilde LADA) sale una mano y tira en media calle una lata de soda o cerveza, o una botella plástica vacía, o una cáscara de guineo, o un papel u otro tipo de basura. La reacción inmediata del observador consciente de la responsabilidad ciudadana es de gran indignación y exclama o piensa: “¿cómo pueden haber panameños tan inconscientes o tan cochinos?”…

A un costado o en la isleta de una moderna y transitada avenida se observan los improvisados puntos de operación donde vendedores de semáforos empacan algún producto vegetal (plátanos, tomates, guineos, pimentones, pepinos, etc.). Estos consisten de un montón de sucias cajas de madera o plástico, rodeadas de basura (bolsas plásticas, papeles, etc.) y desperdicios vegetales malolientes que, junto con las moscas, se acumulan diariamente en estas improvisadas empacadoras y sus alrededores, dando un mal aspecto a las vías. Esto proyecta a las personas conscientes y educadas, nacionales o extranjeras, una triste y real percepción de la falta de educación y de concienciación del panameño común y una idea de la desidia de las autoridades y de la debilidad de las instituciones responsables de hacer cumplir las leyes. Los panameños educados y conscientes dan el caso por perdido y desvían la mirada en un intento por ignorar tal esperpento, tal desfachatez… Y, tristemente, piensan: “ser pobre o humilde no significa ser cochino”.

Más adelante, un diablo rojo (bus de las rutas urbanas) atestado de pasajeros de pie hasta la misma escalera de entrada y salida, con el pabo (asistente del conductor) con medio cuerpo fuera del vehículo, se detiene sobre la vía para dejar pasajeros y subir otros, interrumpiendo irresponsablemente el libre tránsito del carril, a solo unos metros de la parada de buses. Otro diablo rojo se le atraviesa para quitarle los pasajeros pues está menos atestado de gente. Llevan los equipos de sonido a todo volumen, con una música estridente y vulgar, y se gritan una sarta de indecencias y maledicencias, sin importarles los pasajeros. Inician una regata frenética en plena vía, arriesgando la vida de sus pasajeros, los peatones y las personas que van en otros vehículos. “¡Partida de salvajes!”, les grita el conductor del sedán que va detrás, hastiado y exacerbado de la manera tan abusiva, desconsiderada y brutal de conducir de estos desgraciados.

En un cruce de calles, la luz del semáforo cambia a roja y el vehículo que va adelante la rebasa, colisionando con otro que tenía la luz verde a su favor. Los dos vehículos son dejados en mitad del cruce, generando una tremenda congestión vehicular, por la larga y resignada espera por un policía de tránsito que tome las declaraciones de las partes y haga el parte policivo, a pesar de que el infractor que rebasó en luz roja reconoció su culpabilidad y de que los dos vehículos están asegurados, ya que es obligatorio.

Dejando atrás el accidente, el vehículo continúa su recorrido detrás de un taxi. Un peatón -situado exactamente en una salida hacia la vía principal- hace señas al taxi, que se detiene sobre la vía, obstruyendo la salida, para recoger al usuario. “¡Estúpidos!...”, exclama, furibundo, el conductor de un auto que intenta salir hacia la vía principal y no puede, por el taxi. Finalmente, después de intercambiar información, el taxista decide no llevar al pasajero a su destino… Con un poco de sentido común y de respeto hacia los demás, este tipo de abusos no ocurrirían. Falta mucha educación y concienciación acerca de las responsabilidades viales tanto de los peatones (buenas prácticas peatonales) como de los conductores en general (buenas prácticas de conducción) ya que, aunque son los taxistas y los conductores de buses de ruta los infractores más frecuentes, también muchos otros conductores cometen estos abusos que hacen de Panamá un país casi barbárico, incivilizado. En fin, se detuvo toda la línea de vehículos detrás del taxi, se formó una intensa sonadera de bocinas (tocadera de pitos o pitadera, como decimos los panameños) y la luz del semáforo, que estaba en verde, cambió a roja, recibiendo el peatón y el taxista un tumulto de maldiciones, sin saberlo.

Al salir la luz roja, una nube de vendedores de semáforos se abalanza sobre los vehículos, ofreciendo periódicos, billetes de lotería, vegetales y/o frutas empacados al margen de todas las normas de inocuidad, hermosas rosas de todos los colores, CD’s de audio y DVD’s pirateados con las últimas canciones y películas de la pantalla grande (incluyendo las pornográficas), estuches y accesorios para celulares, lentes para el sol, paraguas, chicles y golosinas, bolsas para basura, así como una increíble variedad de mercancías. No faltan los limosneros profesionales (menores de edad de ambos sexos, adultos sin vergüenza, piedreros y/o discapacitados) y los portadores de alcancías autorizados para recolectar dinero para distintas causas u objetivos. Tampoco faltan los limpia vidrio que sorprenden al conductor desprevenido chorreando agua sobre el parabrisas o el vidrio trasero de los vehículos para inducirlos a permitir la limpieza del vidrio por la módica suma de 10 centésimos de Balboa. Cuando la luz cambia a verde, algunos conductores están entretenidos con estos itinerantes del semáforo, entorpeciendo el libre tránsito vehicular.

Reflexiones

La pregunta más obvia es: ¿dónde están las respectivas autoridades nacionales? A cualquier panameño o ciudadano que quiere, de verdad, este país y desea lo mejor para Panamá le da mucha vergüenza que se haya tenido que crear a los caza cochinos para evitar que la recién inaugurada cinta costera sea convertida, en poco tiempo, en un vertedero peor que el vertedero municipal de Cerro Patacón. Habrá que crear una policía especial para velar por la limpieza y el aseo en toda el área metropolitana e imponer sanciones a los ciudadanos cochinos e inconscientes que piensan, cómoda y mediocremente, que se puede tirar basura a las calles pues a las Damas de Amarillo de la DIMAUD se les paga para recogerla o que los pepenadores itinerantes se llevarán las latas de aluminio. ¡Qué pensamiento tan estúpido, barbárico y absurdo! Algo pasa con la educación en el hogar y en la escuela primaria. Hay que tomar acciones urgentes para crear conciencia entre la ciudadanía.

Algunos conductores de diablos rojos, maleantes con licencia para matar, conducen drogados y muchos han acumulado miles de Balboas en multas por manejo desordenado, que adeudan al Estado. Sin embargo, las autoridades se hacen de la vista gorda y permiten, en absurda complicidad, que estos mal llamados profesionales del volante sigan conduciendo, cometiendo toda clase de infracciones, abusos, atropellos y matando gente inocente, en vez de suspenderles de por vida la licencia de conducir -como corresponde- dando un alto y claro mensaje de certeza de castigo. ¿Será que estos señores están protegidos y/o hay coimas por debajo de la mesa? Por otro lado, se debe aplicar sanciones ejemplares a los dueños de los destartalados buses por permitir que estos salvajes conduzcan (ellos son peores que los maleantes que tienen por conductores). Por supuesto, hay conductores que son responsables, es cierto, pero, lamentablemente, son la inmensa minoría. Las manzanas podridas tienen que ser eliminadas del sistema y buscar verdaderos profesionales del volante que sean responsables y deseen hacer las cosas correctamente. Obviamente, falta normar y regular seriamente el sistema de transporte y la vialidad de la metrópoli y elaborar un perfil del conductor profesional, de modo que cualquier mequetrefe no pueda calificar como conductor de los buses de ruta.

Los conductores de vehículos desde los que se tire basura a las calles deben ser detenidos, obligados a recoger la basura, amonestados y/o sancionados (pecuniariamente y/o quitando puntos en la licencia de conducir). De este modo, tendrán que aprender que también tienen responsabilidades ciudadanas, entre éstas no ensuciar las calles y sus alrededores. Recordemos que en la antigua Zona del Canal, bajo jurisdicción de los Estados Unidos, ningún ciudadano panameño osaba tirar basura en las calles, que siempre se mantenían limpias, porque había certeza de sanción. Todo se veía nítido y aseado, lo que daba una sensación de placer. Los infractores, simplemente, aprendían la lección.

Hay que normar, reglamentar y regular o emitir disposiciones alcaldicias, con el fin de ordenar las actividades de la economía informal para que los vendedores de semáforos tengan puestos de empaque que cumplan con requisitos mínimos (de infraestructura y ubicación) y no ensucien las calles, afectando el ornato y aseo de nuestra bella ciudad capital. Habrá que impartirles algún tipo de charlas periódicas de motivación y concienciación, con seguimiento, para que comprendan que su responsabilidad ciudadana va mucho más allá de obtener honestamente el sustento familiar diario. Deben entender que también tienen un compromiso con la sociedad de no afear y ensuciar todo a su alrededor y contribuir, con responsabilidad cívica, a mantener las calles de la ciudad limpias y con buena apariencia. Una opción que no debe descartarse es la prohibición de todo tipo de actividades en los semáforos. Esto evitará que, en algún momento, ocurran atropellos y muertes de estos ciudadanos. El Estado tendría que procurar que estos ciudadanos se ganen la vida de otra manera, creando programas y opciones con este objetivo.

Tampoco debe permitirse la mendicidad en los semáforos y calles, mucho menos de los menores de edad, cuyos padres deben ser localizados, amonestados y/o sancionados por tan indigna actitud y por el mal ejemplo de formación que dan a sus hijos, que son el futuro de la patria. Este es un espectáculo bochornoso, por decir lo mínimo, y deja mucho que desear de la sociedad panameña. El Estado tiene que hacer algo al respecto. En Panamá nos preciamos mucho de tener un país en franco desarrollo, con crecimiento económico anual positivo durante los últimos tres años (11.5% en 2007, 9.2% en 2008 y se espera cerrar este año con un crecimiento del 2% o más, a pesar de la funesta depresión económica mundial que durante la mayor parte del año ha diezmado las economías a escala global) y con una capital entre las más modernas de América Latina. Sin embargo, adolecemos de fallas graves como la mala distribución de la riqueza y el pensamiento equivocado de muchos ciudadanos que tienen una actitud muy cómoda ante la vida y creen que sus responsabilidades como personas solo alcanzan las esferas familiares y del trabajo. Que no tienen responsabilidades ciudadanas como las que se citan en este artículo, que hacen que la vida sea más elegante, digna y llevadera.

El problema del transporte público en el área metropolitana es de nunca acabarse y constituye una gran vergüenza para Panamá. Solo se requiere voluntad política y la concertación ciudadana para eliminar el actual desorden y crear un verdadero sistema digno y eficiente para todos los ciudadanos y visitantes de la capital. Como el transporte público es pésimo e indigno, el panameño común trata de adquirir un auto para evitarse el sufrimiento y el trauma que significa ser un usuario del mismo. Por esta razón, las calles están siempre atestadas de vehículos, lo que hace que la ciudad de Panamá sea hostil, en cuanto a vialidad se refiere. Además, somos expertos en crear cuellos de botella que complican más la crítica situación del tránsito vehicular. Por ejemplo, permitir la construcción de los accesos y salidas de vehículos de un restaurante o negocio ubicado en un cruce de calles muy concurrido, directamente a la vía principal. Otra mala práctica es la reparación o ampliación de calles en las horas diurnas, en que la actividad en la ciudad es muy intensa, en lugar de adoptar horarios nocturnos y/o implementar sistemas flexibles que no interrumpan o entorpezcan la vialidad. La falta de ordenamiento en las entradas y salidas desde y hacia las avenidas o calles principales de una manera inteligente y funcional, que no forme cuellos de botella y la regulación o eliminación de los excesivos cruces en las avenidas o calles principales que crean permanentes congestionamientos o tranques vehiculares impidiendo el flujo eficiente de los vehículos y entorpeciendo todas las actividades de la metrópoli. El uso de semáforos tontos pésimamente sincronizados, en vez de la semaforización inteligente, también dificulta la vialidad en la metrópoli.

Percepciones

Se requieren soluciones urgentes y efectivas para educar a los panameños comunes que habitan en el área metropolitana sobre sus responsabilidades civiles, a través de programas, proyectos y actividades orientadas a este fin. Hay que lograr un cambio en la actitud cómoda e irresponsable de muchos, con el fin de que la convivencia ciudadana sea de respeto y consideración con los demás y se establezca un clima generalizado de civilidad que le de otra cara a la ciudad capital, una cara limpia, ordenada y sosegada. Las autoridades nacionales tienen que ejercer su rol con mano firme y hacer cumplir las leyes de manera estricta y efectiva para que los ciudadanos tengan la certeza de que si las infringen, se les aplicará todo el peso de la ley. Autoridades permisivas y/o corruptas no hacen más que empeorar la situación actual. El pésimo y anárquico transporte público, la falta de vialidad, el desaseo de la ciudad (causado por un gran sector de la ciudadanía carente de concienciación ciudadana) y el desorden general en la metrópoli son ejemplos clásicos. También hay que normar y regular la economía informal de modo que se cuenten con parámetros o reglas que enmarquen estas actividades adecuadamente, para satisfacción de toda la ciudadanía.

Panamá se está desarrollando a pasos agigantados y acelerados. Hace apenas tres decenios éramos, todavía, una aldea, un pueblo, con costumbres casi bucólicas y muy pocos problemas de criminalidad, de transporte o de vialidad. Hoy, el progreso y la modernidad han traído muchos avances y beneficios para el país y hemos despertado al turismo en general. Por fin el país se está desarrollando y está utilizando, para beneficio propio, sus recursos y riquezas naturales como son la posición geográfica, la rica biodiversidad y la vocación marina (Panamá es un país continental con uno de los más altos índices de costas en ambos océanos por unidad de superficie); además, la economía basada en los servicios y el comercio, la Zona Libre de Colón e, indudablemente, el canal, las obras para su ampliación y el ferrocarril transístmico son ejes de desarrollo que han catapultado la economía nacional a niveles jamás sospechados, especialmente después de la reversión del canal y las zonas aledañas, antes bajo jurisdicción de los Estados Unidos.

Sin embargo, no todo ha sido beneficios y ventajas. La sociedad panameña está experimentando un rezago, un enorme desfase o vacío sociocultural, producto de la intensa presión social, cultural y económica a la que está siendo sometida, en especial su célula básica, la familia, como resultado del crecimiento desmedido y acelerado de la economía nacional en los últimos años y para los cuales la Panamá bucólica no estaba preparada y, aún, no ha podido asimilar. Irónicamente, el crecimiento económico acelerado también demanda mucha mano de obra calificada no existente en el país y ofrece oportunidades laborales jamás conocidas o imaginadas en Panamá. Hay una masiva importación de mano de obra calificada y la llegada de muchos inversionistas extranjeros, atraídos por la bonanza económica, incluyendo el atractivo megaproyecto de ampliación del canal interoceánico (una inversión multibillonaria con muchas y magníficas oportunidades de empleo y negocios) y la construcción de rascacielos y resorts por el boom del sector de bienes raíces y el del turismo. Como resultado, el costo de la canasta básica y el costo de la vida, en general, se han elevado geométricamente por el incremento sin precedentes en la demanda de alimentos y todo tipo de bienes y servicios para los inmigrantes, que gozan de niveles económicos mucho más altos que el promedio de los panameños. También llegan miles de inmigrantes legales e ilegales, que hay que regular estrictamente, buscando beneficiarse de la economía nacional y aceptando salarios más bajos, compitiendo ventajosamente con el trabajador panameño o desplazándolo en el mercado laboral. Esto ha causado la fragmentación y pauperización de la clase media panameña y ha creado un lumpen de pobreza y de pobreza extrema nunca antes visto, desde los tiempos de la anexión voluntaria a Colombia. Tristemente, los ciudadanos de los estratos medios a bajos continúan con los salarios congelados y un poder adquisitivo cada vez menor, lo que ha llevado a la economía familiar al borde del colapso y a un grave deterioro de la calidad de vida del pueblo panameño. La población pobre y la extremadamente pobre crecen a expensas de la clase media, totalmente empantanada en una burbuja de hiperinflación (14% de incremento en la canasta básica desde agosto de 2009) que solamente ellos experimentan en carne propia. Este es el medio de cultivo ideal para una explosión social que el gobierno de turno deberá enfrentar y resolver con soluciones innovadoras, prácticas e inteligentes, a fin de equilibrar la economía y la calidad de vida de todos panameños.