24 julio 2006

Consolidación de la Nación Panameña y de la Panameñidad

Aunque la nación panameña existe como tal desde antes de la llegada de los españoles al istmo, fue su “descubrimiento” (dependiendo del lado del que sea analizado) y conquista que la hizo trascender al resto del mundo conocido. Antes de la llegada de los europeos, el istmo poseía todas las características de una nación: su pequeño y angosto territorio estaba relativamente aislado del resto de los territorios continentales (quizás por haber sido el último eslabón de tierra firme en emerger del fondo del océano) y era cohabitado por un puñado de etnias que tenían muy poco en común entre si (racial y culturalmente) o con aquellas que habitaban los vecinos territorios hacia el norte o el sur del continente. Los indígenas del istmo no guardaban relación -genética, social o cultural- con los de los actuales Canadá o Estados Unidos. Tampoco estaban relacionados o emparentados con los Aztecas ni sus antecesores o con los Mayas de la actual Centroamérica. Mucho menos, con las etnias de los territorios de América del Sur, de las que los separaba una infranqueable barrera selvática natural. Es posible que haya habido comunicaciones y hasta pequeñas migraciones ocasionales entre las etnias de la América Indígena pero, al no existir el caballo en este continente, la capacidad de desplazarse grandes distancias era mínima pues los “amerindios” tampoco dominaban el mar. Tal vez fueron los mismos españoles quienes, por mar, transportaron indígenas del istmo hacia el sur (durante la conquista del Imperio Inca, planeada en Panamá) y viceversa (al transportar indígenas hacia España para mostrarlos a los reyes como novedosa curiosidad del, para ellos, “Nuevo Mundo”).

Desde la conquista y colonización de la Panamá Indígena, pasando por la génesis y desarrollo de la Panamá Mestiza que emergió vigorosa de ese primigenio y fecundo amalgamamiento de razas y culturas (aborígenes sometidos, europeos conquistadores y negros africanos esclavizados), continuando con la posterior y gloriosa independencia de España y la casi inmediata y sumisa unión a la Gran Colombia (siguiendo los sueños del Libertador Bolívar), llegando a la controvertida separación del coloso del sur después de más de ochenta años de indigno vasallaje, hasta los casi cien años de semi coloniaje y mestizaje propiciados por los Estados Unidos de América (entre los mestizos locales, estadounidenses, asiáticos y gentes traídas de todos los confines del mundo para trabajar en la construcción del Canal Interoceánico), la forja de la nación panameña y de la panameñidad (aunque esta palabra no aparece en el diccionario de la Real Academia Española, en el presente artículo se acuña como perteneciente o relativo a lo panameño) ha estado sujeta, por algo más de cuatrocientos cincuenta años, a influencias raciales y socioculturales prolongadas, variadas y -en no pocas ocasiones- contrastantes, que la han ido moldeando, fraguando y templando -a fuego muy lento- de manera tan traumática como dolorosa.

En síntesis, el istmo estuvo bajo dominación española poco más tres siglos, seguidamente bajo la bota militar de la Gran Colombia durante más de tres cuartos de siglo y luego, por casi un siglo, hasta años muy recientes, fue una especie de semicolonia estadounidense. Los habitantes del istmo, sometidos a tan largos períodos de dominación o coloniaje, a tanta inmigración y mezcla genética y a la interacción de tan diversas culturas, jamás tuvieron la oportunidad de consolidar una identidad propia, ni un sentido de unidad, de pertenencia, después de la llegada de los españoles. Con las etnias indígenas diezmadas y en franca minoría, la población istmeña predominante en el transcurso de los primeros siglos de formación de la actual nación panameña y la panameñidad era, sobre todo, un gran crisol de razas carente de todas las características básicas que identifican una nación: cultura, historia, tradiciones e intereses comunes. Era muy difícil integrar una población con estos rasgos y, mucho más aún, lograr que tuviera un espíritu de unión. También se debe recordar que los istmeños nunca tuvieron autoridad o jurisdicción total sobre sus territorios, desde los tiempos de la colonización española, hasta años muy recientes.

Quizás por estas razones, en la psiquis del panameño de los tiempos actuales, subsisten rezagos de los largos períodos de dependencia a que estuvo sometida constantemente la población. El panameño promedio espera que alguien tome las iniciativas y le indique la pauta a seguir (aunque la conoce o la puede deducir perfectamente) y actúa de manera reactiva (a la defensiva o al contragolpe) a pesar de que es un ser increíblemente talentoso, habilidoso, versátil y muy inteligente, por toda esa rica herencia genética de la que es recipiente. Esto no debe confundirse jamás con incapacidad, incompetencia o falta de liderazgo. Es una actitud negativa muy arraigada que debe ser corregida por medio de una campaña bien estructurada, organizada y liderada por el Estado. Por ejemplo, se sabe, desde hace mucho tiempo, que el mercado de consumo local es muy pequeño y que para dinamizar, sostener y desarrollar el Sector Agropecuario Nacional hay que apostar a las exportaciones, desarrollar la infraestructura necesaria, establecer o perfeccionar los debidos procedimientos fito y zoosanitarios (áreas o sitios libres de ciertas plagas, áreas de baja prevalencia, etc., etc.), reglamentar y adecuar las normas, implementar medidas de trazabilidad, rastreabilidad e inocuidad y realizar la prospección e investigación de mercados, entre otros temas. Sin embargo, no hay consenso ni compromiso entre los actores (gobierno, productores, importadores de alimentos, distribuidores), no se toma la iniciativa en firme y el sector productivo nacional está en una terrible encrucijada existencial. Tendrá que venir un gurú de las exportaciones (de Costa Rica, Colombia, Chile, Estados Unidos o Europa) a indicar lo que hay que hacer (que ya se sabe) y a tomar las decisiones por los panameños, para que se inicien los cambios necesarios. Otro ejemplo se observa en el transporte público: desde hace años los ciudadanos han tenido que soportar estoicamente el pésimo sistema existente y ya la red vial de la ciudad de Panamá colapsó debido a que, con todo y los altos costos del petróleo, son cada vez más y más los ciudadanos que prefieren adquirir un vehículo que someterse al peligro y la tortura diaria de los “Diablos Rojos”. En estos momentos ya hay empresas colombianas invirtiendo en este sector y pronto desplazarán a los transportistas nacionales, ofreciendo un servicio mucho mejor y a precios accesibles. La pregunta sería: las autoridades y los transportistas nacionales, ¿dónde están? Un último ejemplo lo constituye el problema de los medicamentos. Tras que las farmacias de Caja del Seguro Social nunca están bien abastecidas, el costo de los medicamentos en las farmacias privadas es prohibitivo y uno de los más altos o el más alto en Latinoamérica, al extremo que los pobres en Panamá no pueden adquirirlos para proteger o cuidar su salud. ¿Habrá una conexión entre estas dos situaciones? ¿Cómo es posible que las autoridades nacionales en la materia aún no hayan asumido de manera muy activa y enérgica su rol más importante de proteger la salud de todos los panameños, estableciendo y administrando un sistema regulatorio adecuado, en conjunto con las empresas abastecedoras y distribuidoras, para que los ciudadanos de este país -en especial los pobres- puedan adquirir los medicamentos a precios razonables? Este es un tema de Estado que debería atenderse con altísima prioridad, sin esperar a que haga crisis, pues incide directamente tanto en la salud como en el bolsillo del pueblo. Hay muchísimos otros ejemplos que son preocupantes (la mora judicial, entre ellos) y que dejan mucho que desear de esta deplorable actitud del panameño que debe ser erradicada cuanto antes si se quiere impulsar el país hacia su desarrollo (el desarrollo económico tiene que ir de la mano con el desarrollo de todos los sectores y estamentos de la sociedad, para que sea sostenible). Por este mecanismo mental es que hay tantos paros y huelgas en Panamá. Por esta razón, los distintos gremios de trabajadores se la pasan midiendo fuerzas con los gobiernos de turno, causando un gran desgaste social y enormes perjuicios económicos a la economía del país. Es la misma razón por la que los partidos políticos de oposición trabajan a la defensiva y al contragolpe oponiéndose a todas las propuestas del gobierno de turno, en vez de alcanzar consensos por el bien del país.

La actual República de Panamá está experimentando un desconocido sentimiento de verdadera independencia y consolidación territorial y nacional desde el 31 de diciembre de 1999 (hacen casi siete años), gracias al Tratado Torrijos - Carter, firmado veintidós años atrás, en 1977. Este tratado puso fin a un enclave colonialista de gran importancia estratégica, desde las ópticas geopolítica, militar y comercial y derogó el entreguista y nefasto Tratado Hay - Buneau Varilla, de 1903 (el que ningún panameño firmó), que otorgó a perpetuidad la jurisdicción de los territorios de la Zona del Canal a los Estados Unidos. También puso fin a los más de cuatro siglos y medio de dependencias y de condicionamientos a las decisiones nacionales. El Panamá de hoy está atravesando por un momento cúspide como nación al controlar -completamente y por primera vez en su historia- los hilos de su propio destino...

En el último lustro, el panameño moderno ha estado exhibiendo un despertar, cada vez más intenso, de su propia realidad como individuo y como nación, tomando plena conciencia de su rica herencia histórica, multicultural, multiétnica, social y natural. La tan largamente anhelada restauración de la unidad territorial del país ha contribuido, significativamente, a llenar un profundo y crónico vacío de identidad, logrando una maravillosa comunión de intereses y un -hasta ahora ausente- espíritu de unión que en este momento histórico trascendental de la vida nacional ha venido a rescatar el orgullo, la autoestima y la dignidad de todos los panameños. Se ha consolidado, finalmente, la nación panameña y la panameñidad.

Sin embargo, hay nubes espesas sobre el cielo panameño que no permiten ver con claridad el horizonte. La sociedad panameña y todos sus estamentos (civiles, políticos, privados y públicos) tienen que hacer un alto total y efectuar un ejercicio de recapitulación (un FODA nacional, una Asamblea Constituyente) para reorientar el derrotero de la nación, desde la célula más básica de la sociedad, la familia, hasta los administradores de justicia, los poderes del Estado, la clase política, los sectores empresariales y los asalariados. El tiempo y el mundo siguen su curso y no se detienen ni perdonan. Ahora que el panameño puede tomar sus propias decisiones sin tener que consultar a nadie, debe hacerlo sin temores, sin timidez, apuntando a lo infinito, pensando en el presente y futuro del país, fijando objetivos, metas, propósitos y fines elevados.

Por ejemplo, hay temas de urgencia notoria que atender como la erradicación de la pobreza, la reforma de la educación y la cultura a todos los niveles en función de las demandas del entorno global, la salud pública, la erradicación del desempleo, la inseguridad ciudadana, la inseguridad jurídica, la erradicación de la corrupción y la ampliación del canal interoceánico, entre otros, que deben ser meditados con profundidad por todos los estamentos de la sociedad y cuyo abordaje requiere de una acción integral inmediata y decidida para lograr el avance y desarrollo sostenible del país, a niveles nunca antes alcanzados ni sospechados y con el enfoque de hacerlo cada vez mejor...por Panamá y todos los panameños.

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