21 septiembre 2008

La Era de Barack Obama

Estados Unidos es un país maravilloso, desde muchos ángulos. Es grande y rico en recursos naturales (renovables y no renovables), posee casi todos los climas del planeta (para producir una inmensa variedad de productos de la tierra), es hermoso por los cuatro puntos cardinales, está lleno de gente de gran inventiva y empuje (que en poco más de 200 años lo ha convertido en el país más rico y poderoso del mundo) y es una de las democracias más sólidas del planeta (que lo ha convertido en un destino para vivir apetecido por gentes de todos los confines y antecedentes en busca de una mejor alternativa de vida). En el continente europeo, en Asia, África y el Medio Oriente existen países con culturas muy antiguas, sofisticadas y evolucionadas a los que les tomó cientos a miles de años, sufrimientos y procesos evolutivos alcanzar el grado de desarrollo social y económico que ahora poseen y algunos, incluso, han retrocedido en el tiempo.

Aunado a la vastedad del territorio y a las riquezas naturales, este innegable e incomparable éxito (habría que ser miope para no aceptarlo) se debe, principalmente, a su gente tan especial, dueña de una rica variabilidad genética de grandísima plasticidad. Racialmente, Estados Unidos está compuesto por un mega conglomerado de razas de todos los países del mundo, comenzando por las diversas etnias aborígenes que primero lo poblaron y fueron sometidas por las trece colonias británicas originales que sentaron las bases del territorio que fue denominado América Británica, que abarcaba casi toda la costa atlántica del país actual. Las trece colonias provenían de la Gran Bretaña, uno de los reinos más desarrollados y poderosos de aquellos tiempos. Eran personas con una antigua y rica historia social y cultural, con el mayor avance científico y tecnológico de la época. Ellos trajeron negros de sus colonias de África, sirviéndose de ellos como esclavos, para ejecutar las labores manuales más duras. Luego de establecerse definitivamente llegó la independencia de Gran Bretaña en 1776 y, poco a poco, fueron colonizando y conquistando el resto de lo que hoy es el territorio de los Estados Unidos. Con el tiempo, llegaron cientos de miles de inmigrantes de todo el “Viejo Mundo”, Asia, el Medio Oriente y del resto del mundo conocido, que fueron integrándose a la fogoza e intrépida sociedad, incluyendo irlandeses que huían de la devastadora hambruna de 1845, causada por la enfermedad conocida como “tizón tardío” (producida por el hongo fitopatógeno Phytophthora infestans) que diezmó los cultivos de papa en ese país, de los que dependía la mayor parte de la población. Con el devenir del tiempo, ocurrió la inevitable mezcla racial y de ese fértil crisol de razas surgió una poderosa nación que, en menos de trescientos años -un mero instante desde la perspectiva de la evolución social, cultural e histórica- sorprendió al mundo entero con su indiscutible supremacía. Sin lugar a la más mínima duda, todos los sectores étnicos y sociales que en los primeros decenios formativos poblaron el gran país, contribuyeron -de manera importante- a su increíble éxito. Algo nunca antes visto en los anales de la historia de la humanidad.

Mientras que en el resto del continente los conquistadores españoles llegaron para sojuzgar, arrasar y desmantelar las culturas aborígenes (algunas de las cuales eran muy avanzadas), saqueando las abundantes riquezas de esos antiguos imperios, los colonizadores británicos se asentaron en el norte trayendo consigo evolucionados sistemas civiles, políticos, administrativos, sociales, de salud y educativo que, simplemente, implementaron y constantemente innovaron y mejoraron. El éxito actual de los Estados Unidos se basa en ese gran impulso inicial de la colonización europea, a la existencia de una inmensa clase media alta predominante, a los amplios beneficios socioeconómicos que reciben los ciudadanos (de todos los niveles sociales, raciales, religiosos y económicos), a los bajos niveles de desempleo y pobreza y a un profundo orgullo y sentido de patria, de identidad, de esprit de corps, entre otras cosas.

Quedan aún rezagos por superar en amplios sectores sociales y culturales tradicionalistas y ultra tradicionalistas de la sociedad estadounidense que -a pesar de su pluralismo étnico- todavía, en pleno siglo 21, creen en la discriminación racial, en la “superioridad” de la raza blanca y utilizan epítetos con un claro contenido despectivo y racista, tales como “black minorities”, “latin minorities”, “asian minorities” y muchos otros. Individualmente, sin embargo, estas “minorities” han ido creciendo y mezclándose, al punto que algunas de ellas (las comunidades negra y latina) pueden ser decisivas en los resultados de los próximos comicios electorales del mes de noviembre de este año.

Por otro lado, el rápido e insuperable éxito social, económico, científico, tecnológico y hegemónico de este gran país al norte del continente americano -el “nuevo mundo”, según lo denominaron los europeos- ha hecho que, en los últimos decenios, el estadounidense promedio (especialmente el de la raza blanca) se haya tornado en un ser presumido, arrogante, despectivo e insensible a la cultura, idiosincrasia y necesidades de los demás, especialmente de sus vecinos del Caribe, Centro y Sur de América. El pretencioso y ya célebre slogan del american way of living se ha convertido en un estereotipo nacional, símbolo del éxito y el bienestar alcanzados por la sociedad estadounidense, que los ha hecho sentirse muy superiores a los demás mortales. Lo que, en sus orígenes, era un sentimiento sano de orgullo por los logros nacionales, fue reemplazado por una actitud de soberbia injustificada, responsable, en parte, de grandes y frecuentes errores de enfoque y estrategia en la política internacional de los Estados Unidos, especialmente hacia los países en vías de desarrollo. Como ejemplo, solo ha utilizado a sus vecinos más cercanos, los países latinoamericanos, con quienes comparten el continente. En estos países han fabricado y se han valido de dictadores civiles y militares o “gorilas” locales a sueldo (a los que las cúpulas políticas y militares estadounidenses llamaban, despectivamente, nuestros gorilas) para incrementar y proteger sus mezquinos intereses; luego, los descartaban o eliminaban cuando ya no servían a sus intereses o estorbaban. Con la ayuda de esos gorilas apátridas, genuflexos y corruptos, han disfrazado sus maquiavélicas manipulaciones a través de diversos programas de “cooperación internacional” y de ciertas instituciones financieras internacionales (IFIS), que lo único que hacen es endeudar más a estos países pobres -a los que jamás han contribuido a resolver sus ya crónicos problemas socioeconómicos- pues lo que se desea, en el fondo, es aumentar su dependencia para mantener el control de los mismos. Por estas y otras razones, en América (en todo el continente, pues los estadounidenses llaman América a su territorio ignorando al resto de las naciones) solo hay dos países desarrollados: Estados Unidos y Canadá. El resto sucumbe, con diferentes grados de intensidad, entre la ignorancia, la pobreza, el desempleo, una educación deficiente y mal orientada, la pésima distribución de los beneficios (que no llegan a los más pobres) y la desesperanza de sus pueblos. Nunca ha existido una verdadera solidaridad, un verdadero compromiso, de los Estados Unidos hacia sus vecinos al sur, con quienes comparten el continente, que fueron víctimas de conquistadores que los masacraron, se llevaron sus riquezas y luego partieron, dejando sembrado el caos y la destrucción. Si la hubiera habido, los países latinoamericanos tendrían un grado de desarrollo humano, social y económico más equitativo, en vez del estancamiento en que se encuentran postrados hace decenios. En lugar de esto, los Estados Unidos se la pasan de policías del mundo, dizque manteniendo el equilibrio mundial (más bien su hegemonía e intereses), interviniendo en antiguas y complejas guerras étnico - religiosas en tierras lejanas e inmolando a lo mejor de su juventud por causas que, en la mayoría de los casos, no lo justifican.

Esta política continental e internacional equivocada ha llevado a los Estados Unidos a los conflictos y guerras en los que están constantemente involucrados, entre los más recientes los de Vietnam, Cuba, Medio Oriente, Afganistán, Irak, etc…Por esta razón, están generando mala voluntad y un odio acérrimo hacia su país y su gente que ha causado desastres como el del 11 de septiembre de 2001 (del todo injustificable, por cierto). La inversión en estas guerras ha sido increíblemente alta, al punto que en la de Vietnam se gastaron más de 500 billones de dólares (american dollars, como ellos dirían) en 8 años (1964 – 1972), equivalente a unos 5 billones por mes. En los frentes de Irak y Afganistán (hasta cierto punto conectados) se ha estimado un gasto mensual de 16 billones de dólares, o sea, 192 billones por año, que en los 5 años de guerra (2003 - 2008) representan la enorme y escandalosa suma de 960 billones de dólares, sin considerar otros importantes gastos relacionados (con todo este dinero insensiblemente dilapidado, se hubieran resuelto los problemas más apremiantes de salud, educación e infraestructura de los países más necesitados del mundo). Se espera que en 2009 el déficit presupuestario de este país alcance la cifra récord de 490 billones de dólares y se incremente significativamente la deuda exterior, entrando los Estados Unidos en la peor recesión económica de su corta historia. Estados Unidos es un país en crisis.

Los comicios electorales de noviembre de 2008: ¿la guerra o la paz?

Las elecciones de noviembre del presente año marcarán un hito en la historia de este gran país. La decisión que el pueblo estadounidense tomará en las urnas afectará al mundo entero, especialmente a los países del continente americano, con mayor énfasis en los que ya han concretado Tratados de Libre Comercio con los Estados Unidos. La lucha es entre el continuismo (representado por el candidato Republicano John McCain) y la esperanza de cambio (en la persona del candidato Demócrata Barack Obama).

Con el fin de explotar la arrogancia y el sentimiento de superioridad de los estadounidenses y sus ansias de poder y de dominio mundial, John McCain ha sido presentado por su partido Republicano, en el poder durante los últimos ocho años, como un héroe de guerra (la desastrosa y humillante guerra de Vietnam), que tiene la experiencia militar que -según este partido- es requerida para mantener el protagonismo del país en el mundo. McCain es, en realidad, más de lo mismo: más guerras, más conflictos, más intervenciones injustificadas en los asuntos ajenos, más abusos en nombre de la paz y el equilibrio mundiales, más déficit presupuestario, más deuda exterior, más recesión económica y, muy probablemente, la caída estrepitosa (tan esperada por algunos) de este gran país y, con ella, la del Continente Americano. Su apariencia decrépita e inofensiva no concuerda, en absoluto, con su sonrisa siniestra y su mirada de ave rapaz. Si llegara a ganar la presidencia, el país continuaría su ruta hacia el colapso total y si su salud no le permitiese completar el difícil período presidencial que se prevee, quedaría en manos de la senadora Sarah Palin, una mujer, a todas luces, inestable y conflictiva (más de lo mismo, nuevamente, o aún peor).

Barack Obama, por el contrario, representa la esperanza de un gran cambio positivo en los Estados Unidos, a nivel nacional y global. Este Demócrata es un candidato que ha roto todos los moldes establecidos en este país y que, de ganar, restablecería su perdido prestigio y el respeto en todo el mundo. Fenotípicamente es negro, racialmente es medio negro y medio blanco, su nombre no es anglosajón, es una persona sumamente preparada, es brillante, está desprovisto de prejuicos raciales (por su origen), no cree en el enfoque militarista y hegemónico actual que ha impuesto este país en los últimos ocho años de gestión republicana y es un ser humano muy sensible a los problemas e idiosincrasias de los demás, al descender de un padre africano negro y una madre hawaiana blanca. Su excelente preparación académica, su experiencia política en el Senado y su indiscutible liderazgo sacarían al país de la peor crisis social y económica de su existencia. Estados Unidos -y el mundo- tendrían muchas cosas buenas que esperar de su gestión.

El voto latino y el de las otras “minorities”

Así como el presidente Bush levantó un enorme, costoso e ineficaz muro -semejante al muro de Berlín- entre México y su país y, al mismo tiempo, endureció grandemente las leyes de inmigración (olvidando que el suyo es un país nacido, precisamente, de la inmigración y de su riqueza genética, de la que Barack Obama es un fiel y claro ejemplo), McCain continuará y reforzará esta triste política. Sería más de lo mismo o peor para los latinos. La comunidad negra también debe ver en Obama la esperanza de justicia y equidad social que han esperado por tanto tiempo, desde las épocas de la esclavitud oprobiosa y los horrores del KKK. Martin Luther King ofreció su vida por este ideal. El voto latino y el de las demás denominaciones étnicas que han inmigrado y residen en los Estados Unidos deberá ser un voto por la dignidad y la justicia, un voto para Obama, por la recuperación del país en el que eligieron vivir, al que han ofrecido sus hijos sin reparo y al que han abrazado como suyo.

El voto del pueblo estadounidense

Dolería mucho ver el colapso de un gigante que otrora fue un país querido y admirado por todos, en el que la prosperidad, la nobleza y la solidaridad afloraban por doquier. Gracias a los enfoques equivocados de la política exterior, la percepción mundial que existe del Estados Unidos de hoy es la de un país guerrero, conquistador, mezquino, interesado, taimado, retrechero e insensible. El pueblo estadounidense, de nobles raíces, debe hacer un alto reflexivo y elegir el camino que desea para esta gran nación. John McCain representa el status quo, el camino de la intolerancia, la guerra, el sacrificio de jóvenes indómitos y prometedores en tierras extrañas, el desprecio absoluto de la comunidad mundial, la debacle económica y la pérdida de los excelentes beneficios sociales alcanzados, en aras de un falso y arrogante ideal de supremacía. Barack Obama representa la paz, la estabilidad, el verdadero progreso socioeconómico que está al borde del colapso, la hidalguía, la verdadera solidaridad. ¿Por cuál de los dos se inclinará el elector, el contribuyente, para llevar las riendas de los Estados Unidos y decidir entre la guerra y la paz?


Reflexiones finales


Los políticos, la cúpula militar y el pueblo estadounidense deben volver la mirada hacia dentro para percatarse que las actuaciones de su país, en los últimos lustros, lo han llevado por el camino de la destrucción, el desprecio y el aislamiento internacional. Una actitud introspectiva rigurosa les indicaría que el camino a seguir es, primero, el de la consolidación interna de su muy deteriorada economía, un cambio diametralmente opuesto en la política exterior intervencionista y el ejercicio de una sincera y efectiva solidaridad con los demás países al sur de sus fronteras para alcanzar un equilibrio socioeconómico continental beneficioso y saludable para todos los americanos (con base en el verdadero significado de esta palabra).


Estados Unidos debe mirarse en el espejo de Europa, que aprendió de los errores del pasado y ha consolidado un poderoso bloque socioeconómico de países -la Comunidad Europea- que sigue ampliándose y que está fortaleciéndose, día a día, ganando terreno en el verdadero campo de batalla que es el del combate frontal y decisivo a la ignorancia, el hambre y la pobreza, a nivel regional y mundial; la inversión de capitales en ciencia, tecnología e innovación, en función del desarrollo sostenible de toda la humanidad; la protección y conservación de los pocos recursos naturales que quedan en el planeta (la mayoría en países subdesarrollados o en vías de desarrollo), para frenar el cambio climático que amenaza con destruir las condiciones de sostenibilidad de la vida en el planeta; y, el estudio, desarrollo e implementación de nuevas, abundantes y efectivas formas de energía, económicas y amigables al ambiente, en reemplazo del casi agotado petróleo, que tantos problemas ha traido a la humanidad en las últimas décadas.

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